martes, 22 de diciembre de 2009

Fábula de la Subachoqueña y la zurribalba

El invierno sería largo y frío. Nadie sabía mejor que la zurribalba lo mucho que se había afanado durante todo el otoño, acarreando arena y trozos de ra-mitas de aquí y de allá. Había excavado dos dormitorios y una cocina flamantes, para que le sirvieran de casa y, desde luego, almacenado suficiente alimento para que le durase hasta la primavera. Era, probablemente, el trabajador más activo de los once hormigueros que constituían la vecindad.

Se dedicaba aún con ahínco a esa tarea cuando, en las últimas horas de una tarde de otoño, una aterida subachoqueña, que parecía morirse de hambre, se acercó renqueando y pidió un bocado. Estaba tan flaca y débil que, desde hacía varios días, sólo podía dar saltos de un par de centímetros. La zurribalba a duras penas logró oír su trémula voz.

—¡Habla! —dijo la zurribalba—. ¿No ves que estoy ocupada? Hoy sólo he trabajado quince horas y no tengo tiempo que perder.

Escupió sobre sus patas delanteras, se las restregó y alzó un grano de trigo que pesaba el doble que ella. Luego, mientras la subachoqueña se recostaba débilmente contra una hoja seca, la zurribalba se fue de prisa con su carga. Pero volvió en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Qué dijiste? —preguntó nuevamente, tirando de otra carga—. Habla más fuerte.

—Dije que... ¡Dame cualquier cosa que te sobre! —rogó la subachoqueña—. Un bocado de trigo, un poquito de cebada. Me muero de hambre.

Esta voz la zurribalba cesó en su tarea y, descansando por un momento, se secó el sudor que le caía de la frente.

—¿Qué hiciste durante todo el verano, mientras ye trabajaba? —preguntó.

—Oh... No vayas a creer ni por un momento que estuve ociosa —dijo la subachoqueña, tosiendo—. Estuve cantando sin cesar. ¡Todos los días!

La zurribalba se lanzó como una flecha hacia otro grano de trigo y se lo cargó al hombro.

—Conque cantaste todo el verano —repitió—. ¿Sabes qué puedes hacer?

Los consumidos ojos de la subachoqueña se iluminaron.

—No —dijo con aire esperanzado—. ¿Qué?

—Por lo que a mí se refiere, puedes bailar todo el invierno —replicó la zurribalba.

Y se fue hacia el hormiguero más próximo..., a llevar otra carga.

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